viernes, mayo 6

El sonido del silencio

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El silencio crece como el cáncer. La frase es de la ya clásica canción The Sound of Silence (El sonido del silencio) escrita por Paul Simon hace 47 años y cantada junto a Art Garfunkel, con quien formó un célebre dueto.

El silencio es dolor. Es ausencia cuando es impuesto. Es una masa acrítica cuando ese silencio no le permite diversificar versiones. Es ignorancia. El silencio es miedo.

Simon y Garfunkel tienen líneas dolorosas en esa canción, una metáfora musical abierta a múltiples interpretaciones. Son líneas hirientes que a veces pareciera que retrataran en parte a este Ecuador polarizado que camina, peligrosamente, en la cornisa de las intolerancias. ¿En qué momento imperceptible creamos una línea imaginaria -tan imaginaria como la que nos bautiza como país- que nos dividió, sin derecho a los matices, en dos bandos: en los a favor o en contra?


"Nadie se atrevió a perturbar el sonido del silencio". Simon y Garfunkel lanzan otro dardo. El silencio es cómodo cuando es ajeno. ¿Nos perturba que periodistas lojanos hayan tenido que renunciar a sus trabajos en una radio porque no obedecieron el bajar el tono a las críticas al poder?

¿Nos perturba que a una periodista le quiten sus credenciales y se le diga que no tiene derecho a informar a la ciudadanía de lo que sucede en el palacio de Carondelet?

¿Nos perturba que a otra periodista un funcionario no le permita acceder a su derecho de preguntar, porque el medio en el que trabaja está vetado por el régimen?

¿Nos perturba que día a día, las redes sociales se conviertan en un polvorín en gestación, en un escenario de una batalla de insultos entre "los que piensan como yo" y "los que están equivocados"?

El sonido del silencio tiene múltiples caras. Es Cuba. Es la bloguera Yoani Sánchez tuiteando a ciegas con SMS porque mayoritariamente no puede acceder al internet como cualquier mortal de cualquier país con libertades reales. Está, de muchísimas maneras, silenciada. Porque conminar al silencio es impedir a alguien -como se lo impiden a ella- salir de su país a contar lo que cree que es su verdad.

El sonido del silencio es China. Es Liu Xiaobo, el Nobel de la Paz, defensor de los derechos humanos y de un cambio de modelo político en su país, condenado a 11 años de prisión por "incitar a la subversión del poder del Estado". Es también su esposa, bajo arresto domiciliario, privada de teléfono e internet, según reportes de diversos medios occidentales, porque los oficiales guardaron silencio. Para ellos la obtención del Nobel no existió.

El sonido del silencio también es Ecuador. Es el ciudadano Luis Corral, vejado y sacado atropelladamente de un coliseo en Zamora por atreverse a criticar.

No es este un problema de un Sí o un No. Es el problema de mirarnos al espejo y preguntarnos si nos perturban o no estos silencios impuestos. O los posibles silencios futuros. ¿O como no son conmigo no importan?

Si es así, luego podremos volver a Simon y Garfunkel y cantar: El silencio crece como el cáncer.

miércoles, abril 27

Vargas Llosa, Villoro y la revolución audiovisual

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Mario Vargas Llosa, Nobel de Literatura peruano, y Juan
Villoro, escritor y periodista mexicano. Tomado de vanguardgrn.com y clubdetraductoresliterariosdebaires.blogspot.com


Ya lo ha dicho el maestro hace muy poco en Montevideo. Toda esta revolución audiovisual, este éxtasis de las redes sociales, han dado un golpe renovador a la censura, han cimentado libertades, pero también han desarrollado un "empobrecimiento atroz del lenguaje".

Mario Vargas Llosa, el Nobel de Literatura, nos recuerda un asunto del que se comenzó a hablar con fuerza en el boom de los SMS (los mensajitos cortos a través de los celulares). Que si los jóvenes destruían el idioma diciendo "toy ak" en lugar de estoy acá. Que si dañaban el idioma porque solo cerraban y no abrían los signos de admiración y exclamación. Que si usaban q para decir que y mucho más.

No creo que sea un asunto de ponernos puristas del idioma. Creo que este evoluciona y que la mejor escritura es la que llega a la gente de forma sencilla, obviamente respetando los principios de nuestro español tan hermoso. Tan diverso. La certera reflexión de Vargas Llosa me lleva mucho más allá de los signos de admiración no abiertos o de los emoticones con caras de perritos falderos que aterrizan en nuestas pantallas de vez en vez.

Me lleva a pensar en la profundidad de lo que dejamos de hacer. ¿Estamos leyendo menos por bucear más en nuestras cuentas de redes sociales? ¿Estamos, los que nos gusta escribir, escribiendo menos por ocuparnos en aquellas redes? ¿O definitivamente lo que debemos entender es que el proceso de cambio es irreversible y que el papel se utilizará cada vez menos? Si es así, ¿cuántos libros digitales hemos leído en el último año?

Las redes sociales son utilísimas, no hay duda. Soy de los que ve el vaso medio lleno con ellas. Sabiendo cernir, uno puede leer excelentes ensayos, grandes crónicas, maravillosos análisis que permiten enriquecernos. Y, desde luego, también libros.

Juan Villoro, ese excelente escritor y periodista mexicano, ahora twittero, tiene una visión positiva de este proceso. Él cree que no existe crisis de lectura, sino cambios en las formas de acceder a esas lecturas. Habla de desafíos frente a nuevos soportes y de un proceso natural de despojo paulatino de la nostalgia del papel en beneficio de la lectura en línea

"Creo que más que ante una crisis de lectura estamos ante diversos tipos de lectura, una dispersión de los modos de leer. Más bien ante cambios de comportamiento ante la lectura. No hay una crisis de lectura y por lo tanto pienso que no habría una crisis de escritura", reitera Villoro.

Parecerían dos visiones distintas las de Vargas Llosa y Villoro. Pero yo creo que el peruano nos alerta, nos dice cuidado con los extremos. Y el mexicano nos recuerda que siempre hay cosas positivas en lo nuevo.

Porque pese a todo, pese a las profecías apocalípticas que conllevan los cambios en cualquier época, como bien dice Villoro, la revolución audiovisual camina bajo el signo de "la supremacía de la cultura de la letra".

viernes, abril 15

Una pausa en medio del vértigo

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Tomado de http://www.panoramio.com

Vivimos una era de rapidez. En la comunicación de masas, en la interpersonal o en el sencillo movimiento de las personas. Las cosas, muchas veces, nos circundan de una manera acelerada.
Hay menos tiempo. Siempre hay más tráfico y parece que alguien, en algún momento desconocido, hubiera mutilado los días para hacerlos más cortos.

Es esa era de rapidez la que nos permite saber masivamente, en cuestión de pocos minutos, gracias al internet y sus redes sociales, que un evento grande puede estar pasando. Que un tsunami se acerca, que Elizabeth Taylor se murió o que un delantero acaba de estrellar la pelota en el poste acallando el grito de gol de aquellos que sí siguen el juego en vivo o por la televisión.

En esa velocidad extrema de la comunicación hay un riesgo y una incomprensión. El riesgo es el de la desinformación. De que el rumor se eleve a categoría de verdad antes de ser contrastado, simplemente porque “todos lo dicen” en la web.

Durante la alerta de tsunami que vivió el Ecuador tras el terremoto de Japón, algunos usuarios retuiteaban mensajes que podían provocar pánico sobre información de la que no tenían certeza ni fuente alguna.

Otro ejemplo es cuando Cristian Noboa, el jugador ecuatoriano del Rubin Kazan ruso, dormía pero algunos lo “accidentaban” en su vehículo. Así, Twitter, Facebook, o las odiosas cadenas de mails y ahora de BlackBerry Messenger que recibimos diariamente, nos inundan de mensajes apocalípticos o de aquellos “dicen que” pasó o pasará algo terrible.

Es ese un riesgo lógico en nuestra comunicación del día a día. Algo que jamás desmerecerá las valiosas herramientas que son Twitter y compañía. Es un problema que viene acompañado de una incomprensión.

Esa que se hace evidente cuando en las salas de redacciones de los medios recibimos, en esta época de las redes sociales, las alertas de usuarios que nos exigen, con mayúsculas y a veces hasta con insultos, que publiquemos instantáneamente algo que está circulando por la red.

“¡¿Por qué no publican nada?!” es su exclamación, que viene acompañada de copias a varios medios de comunicación. Es una incomprensión lógica al trabajo periodístico de siempre, que no ha cambiado en sus esencias, pese a la era digital en que vivimos.

Hay que hacer una pausa en medio del vértigo. En medio de esa adrenalina de la información. El ciudadano internauta puede soltar un rumor, pero en los medios es necesario el contraste. El ciudadano internauta puede decir instantáneamente que al jugador de Liga de Quito, Luis Bolaños, le acaban de disparar en el pecho –lo que se dijo en las redes y que fue un error– porque tiene las ganas de informar a su manera. Es su derecho.

Pero a los ciudadanos periodistas nos toca hacer la pausa. Una breve o la adecuada para certificar y reflexionar. Una rápida si tenemos la certeza. Con más rigor en esta época digital que también es una época de juicios desde el poder. Sin miedo, pero con prudencia.

domingo, enero 2

El riesgo de la autocensura

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El riesgo, visto por Bonil. Tomado de bonilperiodismo.blogspot.com

La peor censura es la autocensura. Esa práctica que se materializa cuando alguien comienza a martillarse dudas a sí mismo. Las frases “mejor no escribo esto” o “mejor no digo esto, porque me puede pasar algo o porque tal vez no le guste a mi jefe” pueden convertir futuras ideas en ausencias. En silencio.
En Venezuela, donde muchos periodistas hablan con resignación de ese silencio al contar múltiples historias de sus dificultades al ejercer su oficio, ese poder autocensurador tiene un nuevo mecanismo para profundizarlo. El país de Simón Bolívar tiene una nueva ley aprobada por su Asamblea, la de Responsabilidad Social en Radio, Televisión y Medios Electrónicos, que sacude a la internet, a sus usuarios, tan acostumbrados a la tendencia mundial de las libertades en la red. Es una ley, ya publicada y vigente en la Gaceta Oficial, que aumenta dudas y que se convertirá en una perfecta herramienta para la autocensura.
¿Por qué tendrá (o tiene ya) ese poder autocensurador? Básicamente apela al miedo, al clásico “mejor no me meto en problemas”, que puede ser más duro aún si nace de un “mejor no pienso”. Tal como está confeccionada, hasta los comentarios de los lectores de un medio electrónico están sujetos a sanciones, no al usuario que hace el comentario, sino al medio y al, increíblemente, proveedor de internet, que está obligado a establecer mecanismos que permitan “restringir, sin dilaciones, la difusión de mensajes divulgados” que vulneren la ley.
Generará autocensura porque sus lineamientos son subjetivos. La ley prohíbe difusión de mensajes por medios electrónicos que puedan “fomentar zozobra en la ciudadanía o alterar el orden público”, “desconocer las autoridades”, “irrespetar a los poderes públicos o personas que ejerzan dichos cargos”, o que “induzcan al homicidio”.
¿Cómo se decide, desde la subjetividad, qué fomenta la zozobra, qué altera el orden público o qué significa desconocer las autoridades?
El oficialismo en Venezuela niega que se quiera controlar lo que se dice en internet, pero las voces críticas y el debate en las redes sociales y medios apuntan a que se busca controlar y sancionar no a los pequeños internautas, sino a los medios que tienen mayor capacidad de penetración.
Este ejemplo venezolano, que se acerca tímidamente al modelo chino o cubano en sus controles, es para reflexionar. A las puertas de que este nuevo 2011 la Asamblea ecuatoriana trate la tan dilatada Ley de Comunicación –que no incluye los contenidos en internet en sus previas propuestas– el debate volverá con mucha fuerza.