sábado, agosto 15

Menos periódicos, más corrupción


Tomado de www.eia.doe.gov
Un país sin periódicos de papel. Así es la película de terror que algunos predicen ya, para muy pronto en los Estados Unidos (en realidad hay un vaticinio polémico que lo fijó en el año 2043). Y digo de terror, pero más bien podría ser una película de dolor.
La ecuación es sencilla: menos circulación de diarios de papel, más corrupción. Menos técnica periodística diseminada de manera responsable y tradicional en la sociedad norteamericana, más índice de desfalcos, negligencias o impunidad. Es un encadenamiento espectral el que hace Paul Starr en un ensayo reciente que circula en español gracias a la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano.
Starr, PhD en sociología por la universidad de Harvard, es profesor de comunicaciones y asuntos públicos en el Woodrow Wilson School en la Universidad de Princeton y fundador de la revista The American Prospect. Ha escrito abundantemente sobre política, servicios públicos y comunicación en los Estados Unidos.
Su ensayo (acá la versión original en inglés), titulado Adiós a la era de los periódicos (se inicia una nueva era de corrupción), deja muchísimo espacio para la reflexión, sobre todo en tiempos en los que arrecia la crítica a los medios. Es un asunto no solo de Latinoamérica, ha sido un tema eterno del poder al que le molesta que el periodismo hurgue en sus defectos, cumpliendo una de sus principales tareas en las sociedades democráticas: la fiscalización.
La crisis mundial ha dado un golpe adicional a los diarios estadounidenses. El primero, uno bien fuerte y que se convierte en una especie de castigo paulatino, ha sido la migración de lectoría al internet, un modelo que exige gratuidad a gran escala, pero que aún no logra ser rentable y subsidiar al hermano de papel, que continúa, pese a todo, siendo la mayor fuente de ingresos entre los dos modelos.
Internet es maravilloso para el periodismo, sin duda. Hay pluralidad de acceso, posibilidad infinita de participar de esa información incesante. Pero también hay riesgos si no se regulan los mecanismos de publicación tal como la prensa independiente, en la generalidad (y con errores también), lo ha hecho.
“Sin duda en internet hay abundancia de opiniones, pero hay escasez de reportería y aún menos información sujeta a la rigurosidad investigativa o al escrutinio editorial (…) Hasta ahora ninguna compañía en internet ha generado los ingresos suficientes para realizar un periodismo con historias originales para el público general, de la misma forma en que lo hacen los periódicos”.
Starr apunta a esto y añade la realidad actual norteamericana, que se puede sintetizar así: reducción de costos, de periodistas con experiencia; límites a corresponsalías internacionales, capitales o estatales (según sea la magnitud del diario que lo hace), con una tendencia a concentrar los recursos cerca de casa. Se reduce la misión editorial. Se reduce la calidad del periodismo.
Menos reporteros fisgones, menos ojos vigilantes de las instituciones públicas. Menos reporteros fastidiosos, más espacio para encerrarse en lo local, ver menos lo nacional, atisbar de una forma más alejada el mundo. Menos periodistas en las redacciones, más sacrificios en los chequeos internos en aras de la precisión.
“Gran parte de la vida norteamericana quedará en las sombras, nunca sabremos de qué no nos estaremos enterando”. La cita es de Tom Rosentiel, director del Proyecto para la Excelencia del Periodismo en los EE.UU. A esa se podría unir la visión de Milagro Pérez Oliva, Defensora del lector de diario El País, de España, que reflexiona sobre “las incertidumbres de la prensa escrita” y sobre la necesidad de las sociedades actuales por visualizar el futuro ayudadas de herramientas como la periodística. Esto, en medio de la paradoja de una inmensa cantidad de información on line, pero una disminución notable de los que están dispuestos a pagar por ella.
Hace pocos días se recordaron los 35 años de la caída de Nixon. Fue la prensa la que reveló esa política corrupta, con manejos antiéticos. Fue la obstinación de dos periodistas, respaldados por sus directores, los que crearon un símbolo en la historia del periodismo. ¿Será la hora del adiós a Watergate?

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