jueves, diciembre 17

No es un Tigre, es otro mortal



El caso de Tiger Woods y todo su linchamiento mediático me ha recordado a la película The Truman Show. A Truman el mundo literalmente lo vio nacer a través de la TV y siguió paso a paso, desde una perspectiva voyeur, todos sus movimientos. Era una vida creada, montada para la fascinación de millones de telespectadores. Toda una metáfora del Gran Hermano, pero esta vez con el concepto de un Big Brother mediático.
A Tiger Woods, cuyo nombre real es Eldrick Tont Woods, el mundo lo vio "nacer" a los tres años, cuando su padre, un veterano de Vietnam que lo apodó así en honor a un amigo combatiente vietnamita, lo llevó a su primera "entrevista" a la CBS, donde demostró sus maravillosas habilidades en el golf. Lo moldeó, lo encaminó desde su niñez. A los 8 años ya era un asiduo de programas de televisión como niño prodigio y luego su destino, marcado por el teniente coronel, lo llevó a ser lo que es: un genio del golf, elegido en la vorágine de su reciente escándalo por infidelidad como el atleta de la década, según la agencia Associated Press.
Era "el niño universal", según lo analiza Ezequiel Fernández en su blog canchallena.com. Es su mezcla lo que advertía a ese futuro hombre universal, profetizaba su padre. Woods, un hombre con raíces genéticas tan diversas: asiático, afroamericano, indio americano, danés, debía de ser el "puente" entre Oriente y Occidente.
La historia es conocida: éxito deportivo, dinero, fama, flashes instantáneos, reportajes, publicidad, fundaciones, ayuda social, hombre maravilloso, hombre perfecto. Creación singular. Toda la cadena que se eslabona cuando la industria marketera crea a un personaje y lo aleja de su visión humana.
Lo que las grandes marcas no pueden cambiar, y que está fuera de los 35 segundos de sus avisos, es que Tiger Woods es un hombre como cualquiera. Tan frágil como cualquiera. Tan propenso a caer como cualquiera. Y tan lleno de vida privada como cualquiera.
¿Es correcto que la prensa, a partir de un accidente automovilístico, vaya tras él para hurgar su intimidad? ¿Cuáles son las fronteras cuando se trata de un personaje público? ¿Qué debe plantearse la prensa seria, ajena a los tabloides sensacionalistas que pagan por conseguir "primicias" de este tipo?
James Poniewozik, crítico de TV de la revista Time, trata de buscar algunas respuestas en su blog Tuned in. Él, en su texto titulado Buscando razones para preocuparse por Tiger Woods, hace un interesante análisis sobre cómo la prensa tradicional está atrapada entre las preferencias de sus usuarios, una mezcla de los que gustan de la visión ligera que generan websites que hacen un periodismo sin mucho rigor, y los otros, los que piden seriedad en la entrega de las noticias.
"Tratando de complacer a todos, no complacen a ninguno", dice sobre sus audiencias, sobre la dificultad de informar de algo que el público objetivamente busca (si se analizan las tendencias del buscador Google y los rankings de más leídos en la web).
Hernando Álvarez reflexiona también sobre el tema en el blog de los editores de BBCmundo.com: "¿Qué importa si Tiger Woods le puso los cuernos a su mujer? Hasta donde sé, Woods nunca ha hecho campaña ni ha recibido dinero público por fomentar la santidad matrimonial. Él es un jugador excepcional de golf. Punto. Sus patrocinios y su dinero se los ha ganado en los campos de golf, y es como deportista que debe ser juzgado". Así, BBCmundo decidió seguir el tema, pero solo desde la perspectiva de cómo afectará el escándalo a la "marca" Tiger Woods.
Para mí el problema de este tipo de persecuciones está en el origen perverso y amarillista de la saga. Ese primer germen, esa primera paga a un testigo para que "cuente todo", ese primer rumor convertido en noticia, degenera en una cadena incontrolable de situaciones. Porque una vez que Tiger Woods da una declaración pública aceptando el asunto, el tema es de todos. Esa génesis manchada degenera en el trabajo posterior. Lo que la prensa seria debe a rajatabla cuidar es que el cotilleo, el rumor, el desprestigio fácil, no llenen sus espacios. Tiger no es un Tigre. Es solo un ser humano más, tan atisbado, tan perseguido como el Jim Carrey de The Truman Show. Y ese show, una vez que las luces se apagan, puede ser tétrico.

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