jueves, abril 30

El miedo, ese otro virus que se propaga por internet

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El miedo disfrazado de mascarillas en las calles del DF.
Tomado de www.consultsblogs.nytimes.com

¡Corran, corran! ¡Ya llega la gripe porcina! Arrasen con todas las mascarillas que puedan y pónganselas en la nariz y boca como nueva moda aséptica urbana. El miedo, ese coctel de dudas y parálisis momentánea ya está aquí, nuevamente. Una vez más es hijo de los medios y mucho más del internet.
La gripe porcina y todo el terror que ha generado esta enfermedad en los últimos días se propaga como una pandemia adicional por la web. Se multiplica en los mensajes del Facebook y en la red de microblogging Twitter a una velocidad impresionante.
“Me duele mucho la cabeza, ¿no tendré gripe porcina?”, "soy el primer caso confirmado de Chile con gripe porcina", "a cenar y película y no salir por la gripe porcina", "a las 11:30 PM todos orando en cadena de oración por la gripe porcina para que acabe y Dios tenga misericordia, páselo a tus contactos". Así, de diversas formas y hasta con plegarias, un periodista de Argentina, un bromista chileno, un mexicano de Monterrey o un guayaquileño son casos reales de internautas que inundan estos segundos (ya la instantaneidad online archivó el "estos días") la red de microblogging Twitter, en una especie de histeria virtual.
En Facebook la cosa es parecida. Más de 300 grupos, en español, y más de 500, en inglés, se han creado bajo la temática de este virus, y siguen creciendo. Fotos de Babe (el chanchito adorable que ustedes recordarán en la película australiana del mismo nombre); de Homero Simpson agarrando a un cerdo o de virus observados en un microscopio, adornan las presentaciones de estas agrupaciones virtuales de la red social líder a nivel mundial, algunas de ellas con más de 7.000 miembros.
El pánico virtual es gigantesco si se analiza una cifra dada por la consultora Nielsen online: un 6% de los mensajes colgados el martes 28 en blogs, microblogs, páginas de noticias y foros de internet se referían a la gripe porcina, según recoge la agencia EFE.
Todo este pandemónium me ha recordado a Michael Moore. El polémico cineasta estadounidense nos dejó en su oscarizado documental Bowling for Columbine (sobre el uso libre de armas en los EE.UU. y sus implicaciones) una reflexión de fondo, muy moderna para nuestra vida globalizada y cada vez más llena de tecnología: vivimos una cultura, una sociedad del miedo.


Una cómica parte de Bowling for Columbine.

¿Cuánto de ese miedo es responsabilidad de los medios? ¿Cuánto contribuimos a ello los internautas con nuestra pequeña dosis de mensajitos virtuales?
Frank Furedi, profesor de sociología de la Universidad de Kent, en Canterbury (Inglaterra) y autor del libro Cultura del miedo, reflexiona en un artículo titulado "La gripe porcina y la dramatización de la enfermedad", lo que para él es una exageración mediática más, similar a las que, según su análisis, han hecho hasta las más prestigiosas publicaciones especializadas que han caído en la tentación de la cifra fácil y la contextualización histórica de pandemias del pasado que nada tienen que ver con la realidad y los avances científicos actuales, lo que genera una especie de terror colectivo por asociación de ideas.
"Desde el cambio al nuevo milenio el término pandemia se ha convertido en normal y es usado cada vez más para enmarcar ansiedades y miedos globales. Las alertas de salud han sido transformadas en rituales, a través de los cuales empresarios temerosos nos recuerdan, en una moda casi religiosa, que la extinción humana es una muy real posibilidad".
Furedi, quien ha explorado en sus libros controversias y el pánico en las sociedades occidentales y cuyos artículos se han publicado en medios especializados como New Scientist o Harvard Business Review y diarios como The Guardian o The Wall Street Journal, asegura que no hay nada inusual en la aparición de la gripe porcina y que, en principio, la ciencia actual tiene todos los recursos e ingredientes técnicos que se necesitan para lidiar con el virus.
El especialista cita dos ejemplos sobre la "terrible amenaza" que se cernía sobre la humanidad, según algunas publicaciones y expertos, hace tan solo cinco años, cuando abundó la información sobre la gripe aviar asiática.
New Scientist advirtió que un brote de gripe aviar que se transmita de humano a humano podría matar a 1.500 millones de personas y el prestigioso científico británico, Hugh Pennington, declaró que la enfermedad "es la más grande amenaza para la raza humana", y que "de lejos supera al bioterrorismo; esto es terrorismo natural".
¿Cómo informar? ¿Hay que callar, entonces? Desde luego que no es esa la solución. Menos adjetivos, más precisión informativa, nula especulación (que no significa cero interpretación), son elementos necesarios.
Periodismo preventivo, de crisis y científico; fiscalización del poder, formar parte de la agenda pública, contextualización constante de lo que se informa y pedagogía para los términos complicados. Son solo algunas de las sugerencias del documento Periodismo preventivo y cobertura de situaciones de riesgo, una guía para profesionales de prensa centrada en la gripe aviar, realizado por la Unicef y la red ANDI de América Latina.
El texto habla de la necesidad de la mesura: "Al reproducir el discurso del miedo se genera impotencia entre la población y aumenta el pánico. No se debe divulgar tan solo el inventario de la crisis (cifras de personas fallecidas o enfermas, pérdidas económicas y dificultades a la hora de hacerle frente a la enfermedad), sino también se han de ofrecer datos positivos, capaces de motivar a la población a plantarle cara a la epidemia. Por ejemplo: ¿cómo evitar el contagio? ¿Cómo alimentarse sin correr peligro? ¿Cómo pasar a formar parte de grupos de voluntarias/os?".
El miedo. ¿Es posible disminuirlo si es parte de nuestras vidas? Michael Moore habla de uno necesario, ese que tiene una brújula calibrada correctamente para sobrevivir, pero que, según su criterio, es una brújula que ahora está apagada porque se nos dice que debemos tener miedo de todo. "Las cosas de las que estamos asustados, o que nos dicen que nos deben asustar, no son necesariamente las que debemos temer".

viernes, abril 24

La penosa ausencia del contrapoder

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Carlos Vera, periodista ecuatoriano.

Foto tomada de www.miplumamivoz.com

Horacio Verbitsky, el polémico periodista argentino, ya dejó una frase clásica para la profesión: "Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo, lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa, que del lado bueno se encarga la oficina de prensa, de la neutralidad los suizos, del justo medio los filósofos y de la justicia los jueces. Y si no se encargan, ¿qué culpa tiene el periodismo?".
Carlos Vera, el principal entrevistador televisivo del Ecuador, y hasta la semana pasada director del programa de opinión Contacto Directo de la cadena Ecuavisa, echó harta sal en las heridas. La restregó, cuando la untaba en algunas podredumbres que hemos vivido los ecuatorianos en los últimos treinta años. Fastidió a muchísimos poderosos. Los hizo tener rabietas cada mañana. Les eliminó, con sus denuncias, con su periodismo mordaz (sí, a veces vanidoso, muchas veces pretensioso), esas sonrisas eternas para transmutarlas en cascadas de bilis mezcladas con el croissant de las siete de la mañana. Los hizo atragantarse ese desayuno.
Por eso la frase de Verbitsky se me aparece hoy como ráfaga. Y me hace acuerdo de que su salida (la partida de Carlos Vera de Ecuavisa por presiones político-empresariales) es una pérdida para el periodismo.
Pierde el periodismo. Pierde la sociedad que necesita un periodismo de contrapoder, ese que si se lo ejerce con ética y responsabilidad es un sano equilibrio mediador entre los que tienen la potestad de gastar o invertir el dinero de los ciudadanos, sus tributos o aquellos que administran las instituciones que nos deben servir con eficiencia desde el nacimiento hasta la muerte.
Pierde el periodismo. Se afecta la capacidad de ofrecer ese espacio para contar, de manera crítica, lo que los ministros, los burócratas de turno, aseguran que está perfecto, caminando maravillosamente en un sendero de eficiencia fenomenal, que cambia 179 años de vida republicana ineficiente de un solo plumazo. Porque cada gobierno es eso, un desfile de proclamas -cada vez más elaboradas a medida que se modernizan y goebbelizan más los instrumentos de propaganda- de que todo marcha de una manera revolucionaria. Como nunca antes.
Pierde, también, el poder de la palabra rebelde. Ryszard Kapuscinski -ese maestro polaco y universal que decía que el verdadero periodismo es intencional (es decir, se fija un objetivo e intenta provocar algún tipo de cambio)- recordaba en El Sha esa necesidad vital de las palabras, de aquellas que "circulan libremente, palabras clandestinas, rebeldes, palabras que no van vestidas de uniforme de gala, desprovistas del sello oficial".
Sí, pierde el periodismo. Porque triunfa el silencio acrítico, esclavo de la sonrisa del poder.

martes, abril 21

Los Pulitzer y la vigencia del perro guardián

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La desolación y muerte por la furia del huracán Ike en Haití. Esta foto, de Patrick
Farrell, del Miami Herald, ganó el Pulitzer en la categoría Fotografía de última hora.
Tomado de miamiherald.com

El escándalo sexual de un político. O la guerra de Irak. También los desafíos políticos y militares estadounidenses en Afganistán y Pakistán. O las altas muertes en el sector de la construcción de Las Vegas. Y, cómo no, Barack Obama.
El arco iris temático con el que la Universidad de Columbia distinguió ayer con los prestigiosos premios Pulitzer abarca un interesante abanico de opciones en esta entrega, la número 93 y a la vez la primera en que se permitió concursar a organizaciones noticiosas que publican exclusivamente en internet.
Estos medios online se fueron con las manos vacías. Parece ser que aún no es el tiempo, a pesar de los vertiginosos avances y periodismo de alta calidad que se produce exclusivamente en internet.
El periodismo de calidad cuesta. Los premios, que se entregan desde 1917, así lo ratifican. Y The New York Times, pese a su lujosísimo edificio hipotecado de Manhattan, pese a sus recortes de personal y de secciones en medio de la crisis que sacude a la prensa estadounidense, fue el rey de una entrega en la que se llevó cinco de catorce categorías.
El periodismo de calidad cuesta. Cuesta seguir siendo el perro guardián pese a la crisis. Precisamente esa: la fiscalización, fue una de las temáticas altamente galardonadas. Auditoría constante, tan necesaria en el oficio, con ese importantísimo contrapoder en beneficio de la sociedad.
Sig Gissler, administrador de los premios, destacó, según recoge la AP, que en medio del panorama negativo los ganadores son ejemplos alentadores y que es importante el énfasis de los premios en la función de vigilancia. "El perro guardián todavía ladra. El perro guardián todavía muerde. ¿Qué haríamos día a día si no tuviéramos periódicos?".


Damon Winter, de The New York Times, con sus fotografías de la campaña de
Barack Obama, ganó el Pulitzer en la categoría Reportaje gráfico.
Tomado de cadenaser.com

Acá les adjunto la lista de la mayoría de ganadores con los links a las notas galardonadas.

Premio de servicio público
Las Vegas Sun. Por el informe sobre la alta tasa de mortalidad de los trabajadores de la construcción en la zona de casinos de Las Vegas.

Reporte de última hora
The New York Times. Noticia (sacada en la web primero, no en el impreso) y posterior cobertura del escándalo sexual que involucró al ex gobernador de Nueva York, Elliot Spitzer, vinculado a una red de prostitución de lujo.

Reportaje de investigación
The New York Times. El periodista David Barstow fue premiado por su "tenaz" reportaje con el que demostró cómo el Pentágono convenció a varios generales retirados del Ejército que trabajaban como comentaristas de radio y televisión, para que defendieran la postura oficial sobre la guerra en Irak.

Reportaje divulgativo
Los Angeles Times. Por la cobertura sobre los incendios forestales en California.

Reportaje local
Detroit Free Press. Por la coberturta y revelaciones en el escándalo de los mensajes de texto que llevaron a la renuncia y posterior encarcelamiento del Alcalde de Detroit.
East Valley Tribune. Por mostrar cómo la atención de los alguaciles para hacer valer las leyes de inmigración pone en peligro las investigaciones de otros delitos.

Reportaje nacional
St. Petersburg Times. Por contrastar los hechos con el discurso de los candidatos presidenciales a través de su espacio PolitiFact.

Reportaje internacional
The New York Times. Por la cobertura de los desafíos políticos y militares de EE.UU. en Afganistán.

Crónica
St. Petersburg Times. Por la historia de Lane DeGregory sobre una niña abandonada que no podía hablar ni alimentarse.

Comentarios
The Washington Post. Por las columnas de Eugene Robinson sobre la postulación histórica de Barack Obama para la presidencia.

sábado, abril 11

La crónica roja y la batalla de nuestras conciencias

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Tomado de blogs.clarin.com

Sí, es cierto. La crónica roja vende, y muy bien. Lo acabo de ratificar para siempre. Acabo de clarificar mitos, de transformar en certezas algunas pequeñas dudas que me quedaban sobre el por qué la sangre y sus manchas rojizas -ese lado más aberrante del ser humano- tienen algún imán para la ansiedad de las personas.
Google Analytics me puso el espejo. Esta herramienta del gigante informático, que permite analizar diariamente el tráfico de usuarios de un sitio en las más prácticas formas (de qué país o ciudad son, qué contenido buscan, cuánto tiempo lo leen, etc.), me demostró que el texto más leído en este blog durante sus poco más de cuatro meses de vida es el post Reflectores para el poder, no periodismo aséptico, en que se analizó el pedido político del Procurador mexicano a los medios de no informar en demasía (y sobre todo si eso demostraba negligencia del poder) sobre el desangre en ese país a causa del narcotráfico.
¿Cómo han llegado lectores de 19 países y 122 ciudades a este texto en tan solo 35 días? La palabra decapitados tiene la respuesta. Esa palabra tan gráfica, horrenda, filuda, es la que mueve todo el morbo a través del buscador de Google hasta llegar al post.
"Videos cuerpos decapitados Jalisco", "decapitados en México", "cuerpos decapitados en México", "videos de personas decapitadas". Son solo los cuatro primeros lugares en la clasificación de qué palabras usaron los lectores que llegaron a mi post al hacer una búsqueda con Google.
Las cifras me llevan a una reflexión sobre los contenidos que entregamos en los medios a esa masa invisible que consume cosas a veces por instinto, por sensaciones, por morbo. Una reflexión sobre la responsabilidad al entregar esos contenidos.
No es que no necesitamos crónica roja. Eso, de plano, lo descarto. La sociedad necesita saber qué pasa en su lado más horrendo, porque la vida tiene extremos y también matices. Pero sí inquieta ratificar que hay una tendencia a consumir podredumbre si es que se la produce de forma antiética, de una manera sensacionalista.
¿Es posible una información ética, inofensiva, de crónica roja? ¿Es posible una crónica roja que demuestre los problemas sin morbo e intente plantear soluciones dentro de esa necesaria mediación a la que están llamados los medios, a la que estamos obligados los periodistas?
Creo que sí. Javier Darío Restrepo, el periodista colombiano especialista en ética, también lo cree. Él se hace preguntas. Se cuestiona, a manera de pedagogía, que si hay unas audiencias ávidas de sensaciones, ¿por qué no satisfacerlas? ¿por qué no lucrar con esa demanda de información?
Restrepo recalca la necesidad de una información humanizada y humanizante y que las respuestas éticas que se deben encontrar van por un camino con tres senderos: el de las soluciones, el de la emancipación y el de la elevación. En resumen, habla de un periodismo que "busca con urgencia la solución de un problema concreto, se propone librarse de los prejuicios y de las imposiciones interesadas de un periodismo comercializado y, sobre todo, quiere descubrir una dimensión elevada de la profesión".
La crónica roja, el sensacionalismo, entonces, es un desafío diario, una pregunta ética cotidiana que debe martillar en nuestras conciencias. Claro que a veces erramos en esas guerras diarias, en esas guerras perdidas. La historia del periodismo sensacionalista ha sido esa: múltiples tendencias, gigantescos errores, desde su despegue definitivo con la batalla -a finales del siglo XIX- de los editores norteamericanos William Randolph Hearst y Joseph Pulitzer, los padres modernos del amarillismo, para quienes los titulares escandalosos, la magnificación de los hechos, la mentira y el rumor fueron los secretos que levantaron imperios (suena tan paradójico que los Pulitzer sean ahora, tal vez, el galardón más prestigioso en el mundo periodístico).
La sociedad necesita un periodismo que le muestre su espejo, una imagen que tiene cosas buenas y malas dentro de un arco iris de posibilidades. "Los medios -recalca Restrepo- aportan para construir o para destruir. Anuncian y estimulan esa construcción cuando descubren o vocean los logros humanos (...) También se cumple esa tarea (la humanística) cuando (el periodismo) desciende a los abismos de la perversión humana, cuando se los muestra como lo que no debe ser, puesto que también, y muy especialmente, se crea conciencia en el conocimiento del error y del mal. Pero cuando por ligereza o inconsciencia el mal aparece como un bien, o el bien se desfigura, desprecia o trivializa, el medio en vez de construir destruye".
Nuestra batalla diaria es, entonces, con nuestra conciencia. Esa que, en el fondo, siempre nos está golpeteando en cada edición, en cada decisión editorial que tomamos cuando estamos en esa mesa de cirujanos en que se convierte nuestro escritorio cuando extirpamos palabras, las movemos, les damos más vida o las botamos al tacho. Son párrafos, títulos, fotos, pie de fotos, en los que muchísimas veces están en juego la vida de las personas. Sí, es así de grave como suena.

jueves, abril 2

Vértigo, pausa y trauma: tres cocteles de la convergencia

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Tomado de www.panoramio.com

Traumatizados. Así se asegura que están algunos periodistas experimentados del prestigioso diario El País de España. Están presionados por la transformación que se vive desde enero pasado cuando su directiva les anunció un cambio trascendental en su modelo de trabajo: la unión de la redacción impresa con la online.

La convergencia, que parece el destino inexorable en el negocio periodístico de hoy en día, es un dolor de cabeza para algunos periodistas seniors de El País. Les molesta, según una nota aparecida en El Confidencial Digital, su nueva realidad: tener que publicar a prisa en el mundo online las informaciones que ellos han estado acostumbrados a contrastar con diversas fuentes al ritmo de “saldrá al día siguiente”.

“La inmediatez de internet impide este extremo (el contrastar fuentes) por lo que algunos de los senior se están resistiendo a escribir para la edición digital. Incluso, se han negado a que su nombre aparezca en elpais.com firmando una pieza sin contrastar y con escasos datos”, asegura la nota.

¿Periodismo instantáneo sin profundidad y rigor versus periodismo pensado, para el día siguiente? ¿Es tan así, en blanco y negro la reflexión necesaria sobre estas dos aristas tan aparentemente contrapuestas en el desarrollo del oficio?

Yo creo que no. El tema genera algunos debates y hay una vertiente que intenta desprestigiar al periodismo en internet por el escaso rigor que puede generar la ansiedad por publicar primero. Sí, es cierto, hay un problema serio, el de atentar contra la credibilidad por el vértigo si es que no se utilizan bien las eternas herramientas disponibles: fuente citable o verificación personal. ¿Cuál es la novedad? Son las herramientas de siempre. Y si un medio decide que golpear primero en la red vale el riesgo de caer en la tentación del rumor -que para los manuales de estilo de los medios serios nunca será noticia- pues esa es su apuesta y el público será el que lo juzgue.

¿Vale arriesgar la credibilidad por subir a la web tres minutos antes una noticia? Otra vez creo que no. ¿Vale entonces el trauma que pueden tener los periodistas seniors, como los de El País, por diversificar su forma de trabajar?

La respuesta puede estar en que la realidad golpea y al golpear dice que cualquier medio impreso tiene que actualizar constante, eternamente, su sitio web, de lo contrario su marca (que es su credibilidad y uno de sus más grandes capitales) se resiente, se debilita. ¿Reticencias como la de los seniors? Pues suenan contranaturas en este momento, lo mismo que sonaría el que un periodista experimentado se negara a ayudar a escribir un corto o poner un pie de foto en plena hora de cierre porque él solo se dedica a hacer temas de fondo. Absurdo.

Escribir durante el vértigo, como siempre ha sido y como siempre fue. Y también hacer el texto que haga la diferencia para el impreso. Ese texto que explique los cómos, que me diga qué debo, como lector, esperar para el futuro. Que me indique el camino y que me trace los porqués. Que me invite a entender los procesos. No es un asunto de lo uno contra la otro. Es una dualidad obligatoria. Ya no es una opción, es una necesidad. Un destino inevitable.