Tomado de robertamsterdam.com
Hay una guerra, dicen unos. Hay un enfrentamiendo ideológico, pregonan otros. Es una simple confrontación política, también se afirma. El pulso entre el Presidente de la República, Rafael Correa y la prensa independiente es intenso en estos días. Una tensión que se ha ahondado por una incapacidad de entender, desde Carondelet, una de las esencias de este oficio presente en las sociedades democráticas: la fiscalización del poder.
Dentro de ese debate diario, El Telégrafo entregó ayer un excelente aporte de mediación, que es una de las misiones de la prensa (por eso se llaman medios, para mediar). Excelente puesta en escena en sus páginas de opinión en la que diversos articulistas abonaron sus puntos de vista sobre el conflicto Gobierno-medios, asunto que inicialmente fue abordado hace poco por la revista Vanguardia en su tema de portada. Allí, la revista hizo un pedido puntual: "Abra el puño, señor presidente".
Comparto lo que considero es la idea principal de cada articulista junto a preguntas reflexión sobre cada uno de sus argumentos:
"(El conflicto Gobierno-medios) Es una guerra política bajo un peligroso ropaje ideológico que imposibilita la comprensión de muchos ciudadanos".
¿Cómo superamos, los medios, con visión autocrítica, las fallas para llegar al ciudadano de forma práctica y que comprenda este actual proceso político?
"Parte de su trabajo (de la prensa) -no de su mala fe- es mirar al poder, escrutarlo, coincidir con él a veces, criticarlo... jamás meterse a la cama con él".
¿Desde cuándo se olvidó, desde las alturas, que una de las esencias del periodismo es ser contrapoder? ¿O estamos frente a un profundo desconocimiento de la labor histórica del periodismo?
"La opinión pública es una entelequia detrás de la cual no hay nadie más que personajes oscuros".
¿Personajes oscuros? ¿Cuando él integró esa llamanda opinión pública -por muchos años fue periodista-articulista de opinión en periódicos del país-, era parte de esa oscuridad?
"La doctrina, proclamada por Fernando Alvarado (secretario de comunicación), de llenar los medios públicos con contenidos oficiales, se impone a pulso con programas a la medida, desde aquellos elaborados por dependencias del Estado hasta esos otros que, sin serlo, cuentan con ardorosos conductores que entrevistan a mil y un funcionarios y profesan a ultranza los valores de la Revolución Ciudadana".
¿Los medios llamados públicos están haciendo el periodismo del deber ser, ese que se exige todos los sábados? ¿Hay que dejar de comprar, de ver, como nos sugieren todos los sábados, los otros medios e informarse "correctamente" con los públicos en donde sí se dice la verdad?
"Como lectora o televidente debo confesar que me enfurece encontrarme con reportajes sustentados en una sola fuente, con concepciones de ciudadanía o cultura del siglo XIX, con párrafos con encabezados de 'algunos piensan', 'muchos opinan' o peor aún, con críticas a programas, proyectos, evaluaciones del gobierno o algún municipio que se centran más en criticar a las personas que llevan a cabo ese programa en lugar de al programa en sí".
¿El vértigo del oficio nos lleva a cometer errores crasos como el unifuentismo? ¿Qué prácticas debemos mejorar en las redacciones para no ser acorralados por la adrenalina del cierre y cometer equivocaciones que luego se interpretan como omisiones premeditadas?
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